Tuesday, August 19, 2014

El síndrome del plato vacío

Uno de los problemas de los que nos ponemos a dieta y de pequeñitos éramos niños obedientes y nos comíamos todo lo que nos ponían por delante, es que de mayores no somos capaces de dejar restos en el plato, así estamos que reventamos.

Los motivos por los que el cerebro te incita a zampar hasta que ves que lo que hay por debajo es cerámica y para atacar a eso hacen falta dientes más duro son múltiples:

- De pequeñito pasaste mucho hambre y cuando te ponían un plato de comida no sabías a ciencia cierta cuándo ibas a encontrarte en otra como esta. (Esto tiene que ver también con el gen acaparador de Neel, del que bue ejemplo es el Hamster).

- La persona que te educaba en la comida iba con látigo y te castigaba cada vez que dejabas restos.

- Te hacían sentir mala conciencia por los niños pobres del mundo que no tenían la suerte de tener comida en su plato. Así era un auténtico pecado dejar restos de comida para la basura.

- Si dejabas restos, luego no estaban buenos para la noche, mejor comerlos cuando estaban buenos.

- Era una competición con tus hermanos/compañeros del comedor, el que más rápido comía comía más, así al final terminabas tu plato corriendo para ver si podías repetir.

El caso es que desde los 7 añitos, jamás dejas restos en el plato. Pero cuando te sobran ya 20kilos hay que hacer algo.

Si comes en casa, es obvio que el truco está en coger un plato más pequeño, o echarte menos comida en el plato. Así es más fácil comer menos sin sentirse culpable. Si la comida se puede congelar, se congela para otro día. Si no, hay que cocina menos.

El problema viene cuando se come fuera de casa. Los bares ponen animaladas de menú. Si no te puedes llevar tu tupper, es preferible buscar un sitio de medio menú o similar. Si no es así, intenta que tu primer plato sea un gazpacho o una sopita ligera (no vale la sopa castellana o la de marisco). Y de segundo pídete un filete o algo con mucha proteína. Además de que engorda menos, como es más caro, suelen poner menos cantidad.

No te pidas nunca de primero pasta o paella o cosas que sepas que podrías comerlas perfectamente de plato único. Toma siempre cosas ligeritas, sopas, gazpacho, espárragos, algún tipo de verdura ligerita. Y de segundo proteína, pescado o carne guisado en forma sencilla. Huye de la palabra salsa, estilo casero, etc. Ni que decir tiene que están vetadas las albóndigas, la lasaña, los canelones, el estofado (el casero sabemos lo que tiene, el del bar nunca), los sanjacobos, los no sé qué a la milanesa, a la villaroy, a la riojana, etc.

Y no te pidas postres, por Dios, no. Pide un cafetito o un té con sacarina y para el curro de nuevo. Y el pan, un pedacito muy pequeño vale, todo lo que sea más de eso, fuera. El pan no es demasiado calórico, pero el mojar pan en salsa ya lo creo. La salsa tiene que quedarse en el plato.

El pan, en la dieta,  es para empujar la comida escurridiza contra el tenedor o para hacer que algunos tirajos de verdura o de jamón no nos causen un atragantamiento, pero nada más.


Ah, y de bebida, agua o como mucho, una copita de vino blanco, nada más.

Yo no soy fan de la coca cola light, zero o lo que sea. No es cuestión de calorías, es cuestión de que está muy carbonatada y provoca digestiones raras, con gases y cosas que hacen que nos sintamos hinchados.  Si tomas gazpacho de primero, con un poquito de agua o vinito blanco fresquito, es más que suficiente de líquido con la comida.
Así con un poco de suerte no habrás engullido más de 900 calorías, que para una mujer a dieta es el 60% del consumo de energías del día.

Como digo, no soy partidaria de desperdiciar la comida, yo también pienso que somos afortunados por tener problemas de exceso en vez de defecto de comida. Pero aún así, si tienes que dejar comida porque te han puesto una animalada y consideras que es mucho, si puedes, compártela, pídela para llevar a casa y si no hay solución, pues déjala. Antes en el plato que en el hígado. Vale, la rima es de pena, pero la idea es literal.






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