Saturday, September 12, 2015

Pico y Pala

El mes de agosto se acabó y cumplí mi objetivo por los pelos.

 Los días fuera en la playa fueron al final malos para la dieta. El problema no fue la comida, sino que sucumbí a las copitas nocturnas, y eso engorda mucho. También que mi acompañante no estaba suficientemente en forma como para hacer caminatas o llevar un ritmo fuerte, que me hubiera salvado de volver, como he vuelto, con un kilo de más. 

Bueno, al final fue más bien retención de líquidos por no moverme el último día lo suficiente, y por tomar ibuprofeno para la jaqueca postresaca, porque perdí ese kilo de más en apenas dos días, pero no sé por qué, me ha costado bajar de peso al ritmo que me había marcado al principio.

Supongo que es la píldora el problema. La he tomado hasta el 30 de agosto durante mes y pico de forma ininterrumpida y ahora tras la operación del miércoles pasado, otra vez me tengo que embuchar de hormonas.

Retengo tantos líquidos que podrían llenar un barril de los de cerveza nada más exprimirme. El otro día que me pusieron un diurético tras salir del quirófano pudieron comprobar que orinaba como una vaca.

Supongo que también el cuerpo es huraño a la hora de dejarse arrancar grasas, y más si sucumbo a tentaciones.

Estoy yendo al gimnasio muy a menudo (bueno justo esta semana no claro), hasta tal punto que el día que no voy me siento culpable e incluso he llegado a compensarlo al día siguiente con sesión extra. 

Pero, y aunque me veo mejor figura, no sé por qué la báscula no me sonríe y permite que baje de los setenta kilos ya de una vez por todas, que estoy fluctuando entorno al maldito 70 y hay días que veo el 69 y otros que no.

Supongo que, tras mi regreso a la rutina laboral, el problema es que estoy sedentaria hasta la tarde, cuando antes iba al gimnasio a media mañana, tras la digestión del desayuno. Supongo que sólo cuando entreno temprano en el día el metabolismo se activa, mientras que cuando lo hago por la noche, no surte el mismo efecto. No le veo otra explicación. Estoy probando incluso a ir a entrenar justo al hacer la digestión, pero aun así no veo que funcione mucho. Además, mi estómago es muy lento haciendo digestiones, y creo que mis malestares de colon se deben a entrenar cuando el intestino está todavía absorbiendo nutrientes.

Si ya tengo problemas para gestionar a mi cuerpo, no digamos ya que está volviendo todo el mundo de vacaciones y empiezo a ver mi agenda llena de compromisos. Un compromiso por la tarde tiene dos efectos negativos: Uno, que no voy a poder ir al gimnasio. Dos: Que igual me tomo algo con la gente y añado calorías extra.

Me estoy comprometiendo conmigo misma a ir un mínimo de cuatro veces a la semana al gimnasio, pero claro, hay amenazas a este plan, el primero la operación y que hasta dentro de una semana no podré volver a hacer algo de ejercicio, y nada de machacarme en spinning.

Pero este fin de semana tengo una gran amenaza a mi plan de dieta: Una comida familiar, y no ha sido la única que he tenido estas últimas semanas, porque hace poco tuve comida en casa de mis cuñados.

Todo esto hace que tiemble el plan de dieta, aunque sea sólo comer un inocente chorizo a la brasa o una triste miniporción de tarta de trufa. Mi marido también está a dieta, y noto que me viene bien para mi propio plan, pero los hombres son más afortunados con las dietas. Ellos en cuanto dejan de tragar como posesos y hacen un poco de ejercicio, pueden perder perfectamente un kilo por semana. Nosotras para perder un kilo sin pasar por un campo de concentración, necesitamos al menos dos semanas y más privaciones.

En cualquier caso, mi plan ahora es llegar a los 69 kilos al final de septiembre y a los 62 para el día de Nochevieja. Tengo por supuesto muchos inconvenientes, pruebas médicas y mi horizonte estable no llega más allá de noviembre, pero voy a intentarlo con toda la disciplina de la que soy capaz, sin abandonar un mínimo de vida social y compromisos profesionales.